SPTENARIO DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES

A una semana de la Virgen de los Dolores (celebración popular no litúrgica) propongo el SEPTENARIO DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES para meditar los dolores de la Virgen ante la vida de Cristo, vida de total entrega. La Madre sufre con el Hijo.
Las imágenes que acompañan son de Francisco Romero Zafra.
 SEPTENARIO DE LOS DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 

 PRIMER DOLOR: LA PROFECÍA DE SIMEÓN
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen. 
El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu. 
Oración 
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la Cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén. 

V. En el Templo ostentas penas sin medida. 
R. Yo me compadezco, Virgen afligida. 
Canto: 
Tu primer dolor y pena
¡Oh Purísima María!
fue la triste profecía
del anciano Simeón. 

Por aquesta grande pena
que el anciano te predijo,
de tu amado y santo Hijo,
haz que honremos la Pasión. 
Reflexión: 
Con su Maternidad Divina recién estrenada, María escuchó en cl atrio del templo las palabras del anciano Simeón: se alegra la Madre con las maravillas que le dice sobre su Niño.
Pero el anciano, dirigiéndose a ella, le anuncia que una espada le atravesará el alma, porque su Hijo será signo será signo de contradicción.
Nosotros huimos del dolor. Inútil empeño, porque tarde o temprano llegará: o por sorpresa abrumadora, o paso a paso. Todos nacemos con una profecía que nos anuncia el dolor, y se cumplirá.
La espada que traspasará el alma de María, será el dolor de su Hijo. Y en el dolor de Jesús está nuestra salvación. Nuestros sufrimientos unidos a los suyos, completarán lo que falta para nuestra redención personal.
Debes avivar la fe en el contenido redentor de tus dolores. Debes llenarte de esperanza en el valor salvador de tus penas. ¡Hasta puedes amar tus padecimientos, si amas a Jesús y a María!

Dios te salve, María...
Antífona mariana
“¿Cómo te podré alabar dignamente,
oh castísima Virgen?
Porque tú sola entre los hombres
eres toda santa y a todos das
el auxilio y gracias que necesitan.
Todos los que habitamos en la tierra
hemos puesto en ti nuestra esperanza.
Fortifica nuestra fe,
brilla en las tinieblas de este mundo
mientras los hijos de la Iglesia
cantamos tus alabanzas.
Trono de los querubines,
tú eres la puerta del cielo;
ruega siempre por nosotros
para que seamos salvos
en aquel terrible día. Amén”.
(De la Liturgia Siria)

SEGUNDO DOLOR: LA HUIDA A EGIPTO
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen. 
El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu. 
Oración 
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la Cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén. 

V. Por temor a Herodes, vais a Egipto huida. 
R. Yo me compadezco, Virgen afligida. 
Canto:
Al Egipto presurosa
apenada y afligida
con Jesús, la Eterna Vida,
te tuviste que marchar.
Reflexión:

Por aquesta grande pena
¡oh María! te rogamos
que prudentes siempre huyamos
del peligro de pecar.

Reflexión:
Herodes, sumido en pesadillas de crueldad, temió la sombra del Niño, y mandó matarlo.
De noche, a toda prisa, sin dejar rastros a los perseguidores, José, con María y Jesús, huyeron al destierro de Egipto.
Podemos pensar que era más cómodo y fácil para Dios ordenar la muerte de Herodes que el destierro de su Hijo, y que la sangrienta estela de los Niños Inocentes.
Pero el Niño Dios, dueño de la vida, quiso someterse a las intrigas de la muerte, Y Jesús empezó a ser la causa de los dolores de María.
Hijos de María somos todos nosotros. ¿No le dolerá también, cuando, voluntariamente, nos vamos al destierro, como se fue el hijo pródigo de la parábola?
Huyó de la casa de su padre, como nosotros huimos de Dios y le ofendemos. El pecado es un destierro.
E] muchacho pródigo supo volver a casa, y su padre lo recibió con gran regocijo. Nuestro retorno pasa por el arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados.
Si no lo hacemos así, nos condenamos a un destierro eterno, con gran dolor para María, nuestra Madre. Eliminar el pecado en nuestra vida es el primer paso para consolar a María.

Dios te salve, María...
Antífona mariana
“Al cantar las glorias de tu Hijo,
te alabamos a ti también,
¡oh Madre de Dios y su templo viviente!...
¡oh Purísima!, no desprecies
las peticiones del pecador,
porque aquel que sufrió por nosotros
tendrá también misericordia y nos salvará.
¡Oh Cristo! he aquí a tu Madre,
a la que te concibió en su seno
sin pérdida de su virginidad,
continuando virgen después;
te la presentamos para que sea nuestra abogada,
oh tú que eres misericordia;
tú que concedes el perdón
a los que te dicen desde su corazón:
Acuérdate de mí,
¡oh Señor cuando entres en tu reino!”
(De la Liturgia Bizantina)
TERCER DOLOR: EL NIÑO PERDIDO 
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen. 
El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu. 
Oración 
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la Cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén. 

V. A Jesús perdido buscáis dolorida. 
R. Yo me compadezco, Virgen afligida. 
Canto: 
A tu dulce y tierno Niño
por tres días le perdiste.
¡Ay! Que angustia padeciste,
qué tormento y qué dolor. 

Por aquesta amarga pena,
¡oh María! te rogamos,
no permitas que perdamos
por la culpa al Salvador. 
Reflexión: 
Con doce años de edad, Jesús, sin que María y José lo advirtieran, se quedó en Jerusalén. Después de una jornada de Camino. lo echaron en falta: habían perdido a Jesús.
Con el alma destrozada y el corazón roto, regresaron a la ciudad. Después de tres días angustiosos,
lo encontraron en las aulas del templo, escuchando y respondiendo a los doctores de la Ley.
La Virgen suspiró de alivio, y le dijo:
—¿Por qué nos has hecho esto?
—¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo dedicarme a las cosas de mi Padre? —le contestó Jesús.
Nosotros podemos también perder a Jesús: el pecado mortal nos aparta de él.
¡Búscalo en cl sacramento de la Confesión, en la Eucaristía, en la cruz de cada día, y en los más
necesitados; aprende de la Virgen.
María sabe muy bien que perder a Jesús es la mayor desgracia. ¡Invócala desde el hondo del corazón, para que te lleve de la mano, a su encuentro.
Y no te sorprenda que te llame, con una vocación de mayor entrega, a las cosas de su Padre.

Dios te salve, María ...
Antífona mariana
“Que tu intercesión nos proteja siempre,
¡oh Madre purísima!,
y ayúdanos en las necesidades
según tus deseos.
Somos desterrados en esta tierra
y tenemos ante los ojos siempre nuestro fin,
y, así y todo,
muchos de los nuestros perecen.
Ayúdanos con tus oraciones,
¡oh Doncella misericordiosa!
y sé siempre nuestra abogada
para que nuestra mala voluntad
no nos pierda.
Bendita y Santa María,
ruega a Dios por nosotros,
ya que tú llevaste en el seno,
para que se apiade de nosotros
por tu intercesión”. Amén
(De la Liturgia Maronita)
CUARTO DOLOR: LA CALLE DE LA AMARGURA
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen. 
El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu. 
Oración 
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la Cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén. 

V. A Jesús cargado miráis compungida. 
R. Yo me compadezco, Virgen afligida. 
Canto: 
Con tu Hijo te encontraste
en la calle de amargura;
y a tu alma, Virgen pura,
una espada traspasó. 

Por aquesta amarga pena,
¡oh María! te rogamos,
que a Jesús siempre sigamos
por las huellas que trazó. 
Reflexión:
Por fin, Jesús, escoltado por unos pocos soldados, salió del pretorio de Pilatos cargando su propia cruz. Avanzó calle adelante con torpeza, porque la paliza de los azotes le habían dejado medio muerto. Hilos de sangre que manaban de la corona de espinas, le surcaban la cara.
Pronto corrió la voz entre los discípulos:
—¡Lo han condenado, y lo llevan camino del montículo llamado Calvario!
Fue inútil que los Apóstoles aconsejaran a María que se quedara en casa. Salió corriendo, y el joven Apóstol Juan la acompañó.
No le permitieron abrazar a su Hijo. Desde un lado de la calle se cruzaron la mirada. Al verse sufrir los dos, el uno aumentó el dolor del otro y, al mismo tiempo, se dieron el consuelo de compartir la propia pena.
Si nosotros miramos el dolor ajeno sin conmovernos, es porque nos falta corazón. Corramos junto al que sufre, para padecer con él. Jesús está en la enfermedad, en la desgracia, en las lágrimas de los demás. 
Aprendamos de la Virgen a amar, y a estar presentes allí donde Jesús sufre en los otros.

Dios te salve, María, ... 
Antífona mariana
Títulos que otorga la liturgia de Etiopía a la Virgen María:

Templo perpetuo
Vestíbulo sacerdotal
Columna elegida
Árbol florido
Jardín del Hijo celestial
Lámpara del universo
Luz de las estrellas
Muro indestructible
Extensión del Cielo
Velo de lino fino


Ciudad de joyas
Esposa celestial
Incensario seráfico de oro
Abundancia de profecías
Madre de justicia
Doctrina de paz
Vino de dulces uvas
Madre del sol glorioso
Libro de la vida
Vaso de nuestras riquezas
Saciedad de los que tienen hambre
Reina del amor
Puerta del paraíso
Auxilio de los pecadores.
Superabundancia en tiempo de frutos
y compensación de los años de hambre.

QUINTO DOLOR: LA CRUCIFIXIÓN
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen. 
El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu. 
Oración 
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la Cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén. 

V. En la Cruz al Hijo visteis compasiva. 
R. Yo me compadezco, Virgen afligida. 
Canto: 
Las angustias que sentiste
a Jesús viendo clavado
en la cruz y maltratado
¿quién las puede definir? 

Por aquesta amarga pena,
¡oh María! te rogamos,
que por ti, a Jesús sigamos
con fervor hasta morir. 

Reflexión: 
¡Qué tres horas las de Jesús clavado en la cruz, y qué tres horas: las de su Madre con los ojos clavados en él!
Estos tormentos son el precio exigido por nuestros pecados. Jesús, Dios y Hombre verdadero, se hizo pecado, para que, muriendo con tanto dolor, todos los pecados  murieran con él.
Y nosotros, con corazón de piedra, ¿aún queremos mantenerlos vivos, olvidándonos de la sangre de Jesús y de las lágrimas de la Virgen?
Dile que te dé un corazón de carne, y te haga sentir un dolor sincero de tus pecados, y el propósito de no volver a clavar su alma en la cruz de su Hijo.
¿Aún te parece excesivo cl sacrificio que debes poner para acudir al sacramento de la Confesión?
La misericordia de Dios condenó a su propio Hijo, para perdonarnos a nosotros.
Este misterio de dolor y redención se repite en cada Misa. Esta es la grandeza e importancia del sacrificio que se celebra en nuestros altares.
María y el joven Juan estaban al pie de la cruz. Jesús, mirando a su Madre, le dijo:
—Mujer, ahí tienes a tu hijo.
—Ésta es tu madre —dijo a Juan.
Y todos empezamos a ser sus nuevos hijos. Ofrece a María la casa de tu corazón, corno Juan le
ofreció la suya.

Dios te salve, María ... 
Antífona mariana
Títulos que se le da a la Virgen en la Liturgia Alejandrina:
  
Hija de David.
Arca de la alianza, envuelta en oro purísimo.
Flor de Jesé, que trajiste a la tierra el Salvador.
Jardín cerrado donde Dios habita.
Carro del Padre, radiante de la luz divina.
Escala de Jacob, coronada por el Espíritu de Dios.
Incensario de plata, lleno de ardientes brasas.
Luz esplendente.
Luz del paraíso.
Fuerza de Sansón.
Vara de Aarón, que floreció sin ser regada.
Manojo de mirra que Moisés vio coronado de llamas en el monte Tor.
Vaso de alabastro.
Tesoro precioso.
Torre de marfil.
Cúpula de Moisés.
Viña llena de fruto.
Trono de Dios que Daniel el profeta vio sobre los serafines.
Altar sagrado que habita Dios.
Virgen Inmaculada prometida al esposo.

SEXTO DOLOR: EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen. 
El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu. 
Oración 
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la Cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén. 

V. Le miráis difunto y lleno de heridas. 
R. Yo me compadezco, Virgen afligida. 
Canto: 
De Jesús, el santo Cuerpo
de la cruz ya descendido,
al mirarle tan herido,
tu martirio se aumentó. 

Por aquesta amarga pena,
te pedimos confiados
no seamos desechados
por quien tanto nos amó. 

Reflexión: 
José de Arimatea y Nicodemo desclavaron el cadáver de Jesús, y lo bajaron con respeto. María, con su Hijo muerto tendido en su regazo, es la escena central de nuestra devoción hacia ella. ¡Cuántas y cuántas veces nuestro pueblo ha contemplado este momento doloroso de la Virgen!
Y nunca nuestros ojos se han cansado de mirarla.
María, además de Jesús, tiene otro hijo: tú. Cuando sufre por Jesús, sufre por ti, y cuando abraza a Jesús, también te abraza a ti.
En esos momentos en que nos pesa la conciencia, o los años, o la enfermedad, o la desgracia, encontramos el consuelo en el regazo de la Virgen, que es vida, dulzura y esperanza.
¡Qué tristeza, si un hijo del pueblo llegara a                             arrancarla de la retina de su corazón! Sería renunciar al regazo de la propia Madre.

Dios te salve, María...
Antífona mariana
  
«Engrandece mi alma al Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones
me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,
Santo es su nombre
y su misericordia alcanza de generación en generación
a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó a los potentados de sus tronos
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes
y despidió a los ricos sin nada.
Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
-como había anunciado a nuestros padres-
en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»
El Magnificat (Lc 1, 46-56)
SÉPTIMO DOLOR: LA SEPULTURA DE JESÚS
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen. 
El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu. 
Oración 
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la Cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén. 

V. Dejadle sepultado, es la despedida.
R. Yo me compadezco, Virgen afligida.
Canto:
Para darle sepultura
de Jesús el cuerpo entregas;
y en un mar mayor te anegas
de tormento y de dolor.

Por aquesta amarga pena,
¡oh María! te rogamos,
que morir todos podamos
en la gracia del Señor.

Reflexión: 
Envuelto en una sábana, llevaron el Cuerpo de Jesús a un sepulcro nuevo, que allí cerca tenía José de Arimatea. Lo depositaron, y rodaron la piedra que cerraba la puerta.
La pequeña comitiva, arropando a María, regresó a Jerusalén. Pero el corazón roto de la Virgen se quedó con su Hijo.
El dolor de María fue un dolor inmenso, pero sereno, La espada que traspasaba su alma no era estéril; sabía que sufría con un Hijo, para redimir a los otros hijos que somos todos nosotros.
La cruz de Jesús era paso necesario para el triunfo. María sufrió con la esperanza de la victoria: la Resurrección de Jesús será, para todos, la prueba de que la deuda de los hombres con Dios ha quedado saldada; de que las puertas del cielo se han abierto, y de que todos resucitaremos venciendo a la muerte.
Estas eran las razones para el sufrimiento sereno de la Virgen.
Cuando tú y yo nos sintamos estrujados por un dolor incomprensible, miremos a la Virgen, y la invoquemos. Que Ella nos recuerde el tesoro que se encierra en nuestras lágrimas.

Dios te salve, María ... 
Antífona mariana

“El primero de los Ángeles
fue enviado del cielo
a decir “Dios te salve” a la Madre de Dios;
y con voz angelical,
contemplándote, oh Señor, hecho hombre
extasiado quedó
y así le cantaba:
Salve, por ti resplandece la alegría
Salve, por ti se eclipsa la maldición,
Salve, perdón de Adán, el caído
Salve, rescate de las lágrimas de Eva,
Salve, Oh cima encumbrada a la mente de los hombres,
Salve, abismo insondable a los ojos de los ángeles,
Salve, porque tú eres trono del Rey,
Salve, porque llevas a aquel que todo lo sostiene,
Salve, estrella que nos anuncia el sol,
Salve, regazo de la divina encarnación,
Salve, por ti la creación se renueva,
Salve, por ti el Creador se hace niño,
Salve, ¡esposa inmaculada!”.
(Himno Akáthistos)


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