DISPONIBILIDAD DE LA VIRGEN
Ecce ancilla Domini: Fiat mihi secundum Verbum tuum (Lc 1, 38)
1. María enseña que lo propio de un cristiano es servir, estar disponible a lo que Dios nos pida.
“Mirad a María. Jamás criatura alguna se ha entregado con más humildad a los designios de Dios.”(1) Para servir hace falta humildad, hace falta saberse siervos, esclavos del Señor. Así lo vio María y así lo vivió. ¿Qué ha hecho de María la humildad? Que se haya convertido en causa de nuestra alegría. Mirad el contraste entre Eva y María: aquella, triste, se escondía de Dios porque no quiso servir al Señor, María exclama que está llena de alegría: se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque se ha declarado servidora, sierva, esclava. Si se nos pegara esta alegría de servir, otros seríamos y otro sería el mundo.
2. En efecto, el Mundo está triste, porque está en manos del demonio; se ha querido apartar de Dios, se ha montado un dios llamado dinero, bienestar, consumo, derroche..., y ha cambiado la esclavitud divina al estilo de María, por una esclavitud a las cosas creadas, a los placeres, a las vanas ilusiones, viviendo como si no hubiera Dios. El caso es que cuando no hay Dios, comienzan a aumentar los diocesillos pequeños. Entonces vienen las dificultades, los problemas, las desesperaciones que no pueden calmar ni resolver esos diocesillos, porque sólo tienen el poder de la sugestión, pero conducen al descalabro moral, personal, social y religioso. Sólo una vuelta al servicio de Dios, una disponibilidad como la de María nos devolverá la paz y la alegría, el gaudium cum pace con que los Santos Padres definían la vida de los cristianos.
3. María es Maestra de una entrega sin límites. ¿Quieres tú pensar –hagamos ahora examen– si mantienes inmutable y firme tu elección de Vida? ¿Si al oír esa voz de Dios, amabilísima, que te estimula a la santidad, respondes libremente que sí? Piensa en Jesús, cuando hablaba a las gentes por las ciudades y los campos de Palestina. No pretende imponerse. Si quieres ser perfecto...(2), dice al joven rico. Aquel muchacho rechazó la insinuación, y cuenta el Evangelio que se fue muy triste(3). Negarse a servir pone triste: ese joven perdió la alegría porque se negó a entregar su libertad a Dios. Considera el momento sublime en el que el Arcángel San Gabriel anuncia a Santa María el designio del Altísimo. Nuestra Madre escucha, y pregunta para comprender mejor lo que el Señor le pide; luego, la respuesta firme: fiat!(4) –¡hágase en mí según tu palabra!–, el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por Dios(5).
4. Busca María al Hijo que se ha perdido. ¡Qué dolor el de la Madre, también el de San José, porque –de vuelta de Jerusalén– no venía entre los parientes y amigos! ¡Y qué alegría la suya, cuando lo distinguen, ya de lejos, adoctrinando a los maestros de Israel! Pero mirad las palabras, duras en apariencia, que salen de la boca del Hijo, al contestar a su Madre: «¿por qué me buscabais?»(6). ¿No era razonable que lo buscaran? Las almas que saben lo que es perder a Cristo y encontrarle pueden entender esto... «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?»(7). ¿Acaso no sabíais que yo debo dedicar totalmente mi tiempo a mi Padre celestial? Obediencia absoluta de Cristo al Padre. Esa fue la misma conducta que María tuvo con Dios. ¿No enseñaría la Virgen al hombre Jesús, que iba creciendo, eso de que primero es Dios, luego es Dios y, después de los demás, soy yo para Dios?
5. Este ha de ser el fruto de la oración de hoy en el segundo día del triduo en honor de la Virgen de Gracia: que nos persuadamos de que nuestro caminar en la tierra –en todas las circunstancias y en todas las temporadas, por difíciles que nos parezcan, por grandes crisis que haya– siempre es para Dios, de que es un tesoro de gloria, un trasunto celestial; de que es, en nuestras manos, una maravilla que hemos de administrar, con sentido de responsabilidad y de cara a los hombres y a Dios, en cada una de nuestras circunstancias, en el taller, en la oficina, en medio de la calle, en el club, en el Colegio y en la Universidad, en la vida del hogar, en la propia profesión, en las relaciones sociales...; toda nuestra actividad humana, que parece sólo terrena, es sobrenatural, cuando estamos disponibles para Dios, cuando le decimos a Dios: Aquí estoy, hágase en mí según tu palabra.
6. Acudamos con confianza al trono de la Gracia para que obtengamos misericordia(8); recordemos de nuevo, antes de concluir nuestra reflexión, la escena de la Anunciación: vemos descender el Arcangel para comunicar el deseo de Dios de que María sea la Madre de la Gracia divina que es Cristo; la encuentra retirada en oración; María está enteramente recogida en el Señor, cuando San Gabriel la saluda: «Dios te salve, ¡oh llena de gracia!, el Señor es contigo»(9). Días después rompe en la alegría del Magnificat –ese canto mariano, que nos ha transmitido el Espíritu Santo por la delicada fidelidad de San Lucas–, fruto del trato habitual de la Virgen Santísima con Dios. La llena de gracia, la Madre de la Gracia eterna, la Virgen de Gracia que se ha dado del todo a Dios, la que ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de los hombres santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los sucesos de que han sido protagonistas. Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar esta ternura del Cielo, incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón inmaculado:
«Mi alma glorifica al Señor, mi Dios
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque mirado la humildad de su esclava»(10).
7. Nosotros, los hijos de esta Madre buena, como los primeros cristianos, hemos aprendido de Ella, y seguiremos aprendiendo que la alegría es fruto de la entrega y la esperanza nuestra depende de nuestra disponibilidad para con Dios.
NOTAS:
1 Amigos de Dios, 108.
2 Mt 19, 21.
3 Mt 19, 22.
4 Lc 1, 38.
5 Cf. Amigos de Dios, 25
6 Lc 2, 49.
7 Lc 2, 49.
8 Cf. Heb 4, 16.
9 Lc 1, 28.
10 Lc 1, 46-48
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